¡En armonía!

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Espacios para convivir en armonía.

sábado, 15 de marzo de 2008

Juguetes

En estricto sentido, los aparatos que dicen a los niños, por ejemplo, “Aprieta ese botón”, “Cambia de pantalla” o “Espera hasta nueva orden”, no son juguetes. Cuando decimos “juguete” nos referimos a cualquier objeto seguro, versátil, manipulable, con la posibilidad de convertirse en cualquier cosa, en lo que sea que los jugadores necesiten, con la posibilidad de trasformarse.

En las culturas del maíz, el olote –la mazorca seca que ha sido desgranada– representa un valioso juguete con múltiples posibilidades. Se puede convertir en muñeca, en carrito, en títere, en pelota para jugar con raqueta como si fuera un gallito de bádmington. Si se le ponen plumas, en pájaro que sale volando por la fuerza de una honda o resortera; con un trozo de tela y un mástil de palo, en barco de vela; en proyectil para jugar sobre una diana pintada en el piso; en pelota de béisbol; en prenda que se esconde para que los otros la busquen; cortado en círculos, en ruedas de locomotora; si se amarran veinte o treinta olotes para formar una plataforma, en una transbordador acuático; con aros incrustados, en peces flotantes que pueden ser pescados con anzuelos; si se cortan en trozos y se pintan con dos colores diferentes pueden ser fichas para diversos juegos. Y hay muchas otras posibilidades, éstos son sólo algunos de los muchos usos lúdicos del olote.

Dentro de este esquema de sencillez, el juego necesita juguetes. Porque la imaginación tiene que expresarse sobre la materia. Porque las habilidades se logran manipulando. Porque los escenarios lúdicos se vuelven sensorialmente estimulantes cuando la vista contempla las hazañas que logran la imaginación y las manos.
Luz María Chapela
(Tomado de “El juego en la escuela”)

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