¡En armonía!

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Espacios para convivir en armonía.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Monstruo salado

Yo no tenía idea de lo que estaba pasando. Todo estaba oscuro pero podía sentir mi cuerpo dentro del infinito movimiento del agua, podía sentir su fuerza alrededor de mí, podía distinguir su sabor si abría la boca: era tan inmenso, tan contundente, que sentí que si mantenía la boca abierta otro poquito, me ahogaría irremediablemente. Cerré mi boca y apreté los labios. Entonces descubrí que podía respirar en el agua. Me sentí sorprendida y confundida ante ese hallazgo: era increíble estar o ser parte de ese ser inmenso, frío, vivo...
Sí, yo sabía que eso estaba vivo, y podía también darme cuenta de que había otros seres que se movían dentro de él, en la distancia. Hasta mi piel llegaban las vibraciones de lo que yo intuía eran seres marinos. Ellos también sabían de mí pero no se acercaban. Yo no podía verlos pero sabía que estaban ahí. ¿Podrían verme?
¿Cómo es que había llegado al cuerpo de ese monstruo salado? ¿Qué es lo que sonaba como un bombo enrarecido por el agua? ¿Era acaso el sonido del corazón del gran monstruo?
Quise huir. Me moví hacia la superficie. Logré sacar la cabeza pero ese olor a sal lo inundaba todo. Afuera era la noche y había una luna gigantesca y resplandeciente como del tamaño del rostro de mi madre cuando sonríe; las estrellas también brillaban en lo alto, me sentí reconfortada de reconocer a esos otros seres, que a pesar de saberlos tan lejanos, me resultaban familiares.
Entonces sentí nuevamente la fuerza del mar rodeando mi cuerpo. El suyo era un abrazo muy poderoso. No había otro ser de mi especie en la distancia. ¿No? ¿Por qué? ¿Qué es lo que yo era?
Volví a percatarme del sonido del bombo, que segundo a segundo se hacía más intenso... Sentí mucho miedo, cerré los ojos con fuerza y volví a hundirme en el agua; al abrirlos desperté y descubrí el sonido de mi propio corazón pateando como un niño furioso. Afuera el viento silbaba y se estremecía como se estremecía mi corazón. Entonces pude ver a través de la cortina azul de mi cuarto la sombra de los árboles de la calle que se agitaban como látigos de coral o tentáculos de un pulpo enorme. Había un olor distinto pero conocido entre mis cosas.
De pronto escuché otro sonido, algo como un rápido zambullido. Giré la cabeza hacia donde escuché el chasquido y no reconocí el piso de mi cuarto; era como estar en un sitio diferente. En realidad lo que veía era una superficie brillante. Entonces sentí como mi cama empezó a balancearse suave y dulcemente. Me tiré de panza sobre el cochón y entrecerré los ojos para ver mejor lo que se movía bajo esa superficie: ¡eran peces! Peces que nadaban y se zambullían entre mis pantuflas y mis juguetes...
Nati Rigonni

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